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Reseña de Nicolás Garayalde

Actualizado: 19 mar

En Revista Chilena de Literatura Noviembre 2022, Número 106, 781-784



Escuché una vez decir a Élisabeth Roudinesco que su problema con las polémicas que oponían a Derrida y Lacan es que acordaba con los dos, incluso ahí donde sus posiciones eran mutuamente excluyentes: «¡es que son tan convincentes!» –decía con esa gracia y desenvoltura tan propias en ella–.

Escuché una vez decir a Pierre Bayard, frente a una objeción al argumento principal de Le plagiat par anticipation, que no siempre acordaba consigo mismo: «en mis ensayos hay afirmaciones con las que no coincido en absoluto» –decía con seriedad relativamente impostada, desmentida por una sonrisa socarrona y una arrogancia típicamente parisina–.


Con algunos autores canonizados por la tradición –sobre todo la novísima, aquella

que conserva todavía rasgos de vanguardia, o que en mi formación aparecía como tal–

me pasa (como a Roudinesco) que siempre me parecen convincentes (aun cuando se

oponen entre sí); con esos mismos autores, me pasa (como con Bayard) que siempre

me parecen coherentes (aun cuando sus contradicciones exigen el trabajo de encontrar

la vía de una armonía posible).


No se trata de pereza, ¡incluso a veces da más trabajo dejarse convencer y encontrarlos coherentes! Quizás sea un defecto universitario –al menos el de los últimos años– que parece formar a sus estudiantes muy poco en la polémica y demasiado en el pudoroso decoro de la cortesía argumentativa. La lectura de los grandes nombres de la disciplina se vuelve así un ejercicio de comprensión en el peor sentido de la palabra: es decir, en el de la captación de un sentido coherente y unitario, al punto de que bien me podría ocurrir acordar con Derrida y Lacan en el punto en que ellos desacuerdan o que Pierre Bayard me resulte coherente ¡ahí donde él mismo dice ser contradictorio!


No es que este gesto me parezca del todo negativo: en Roudinesco, admiro la actitud de dejarse persuadir por la potencia de un pensamiento; en Paul Ricoeur –por poner el caso de un gran armonizador– admiro la posición conciliadora, la obstinación dialéctica, la articulación del consenso. Pero sucede con mucha frecuencia, al menos así me parece, que hemos olvidado cómo leer de manera irreverente y nos espanta demasiado el ritual de la polémica. Juan Ritvo, que no se caracteriza precisamente por haber sucumbido a los buenos modales de la retórica universitaria, señala este defecto

con su habitual descaro:


en la Universidad el problema que nos embarga es que todos los autores grandes aparecen como estatuas, no tienen fallas, si no tienen fallas, las fallas caen del lado mío, y si cae del lado mío, lo único que puedo hacer es parafrasear incesantemente. Es efectivamente lo que se llama lectura en el discurso universitario. (186)


Nada como esta cita puede describir mejor mi experiencia de lectura frente a teóricos

como Roland Barthes o Paul de Man, a quienes he parafraseado hasta el hartazgo (propio y ajeno). Tengo la impresión de que la relación con estos autores parece tomar las más de las veces dos modalidades: la de la aplicación (que es una forma de resistencia, pues convierte el potencial crítico de un pensamiento en una herramienta inocua de uso); la de la nostalgia (que se limita a la evocación repetida de los vivos tiempos de la teoría literaria). Por eso, ¡qué alegría ver aparecer, recientemente, un libro que cultiva con destreza la polémica, refresca el estatuto dinámico de la teoría y nos obliga a repensar nuestras lecturas de los autores canónicos!


En noviembre de 2020, la editorial chileno-argentina Bulk - Nube Negra inauguró una prometedora colección titulada «Discusión» con un libro potente en su capacidad de exhibir una polémica entre aquellos dos gigantes de la teoría literaria, poniendo en escena las contradicciones que los habitan y los problemas que atraviesan la disciplina.

Me refiero al libro Barthes en cuestión, compuesto por dos textos que interactúan. Por

un lado, una excelente y primera traducción al español –a cargo de Leandro Bohnhoff– del ensayo «Roland Barthes and the Limits of Structuralism», que Paul de Man escribió en 1972 pero que fue publicado recién dieciocho años después, en la revista Yale French

Studies: se trata de un trabajo que, disfrazado de elogios corteses y por momentos irónicos, despliega una severa crítica al momento estructuralista de Barthes. Por el otro,

un ensayo de Judith Podlubne, titulado «Visión ciega: el Roland Barthes de Paul de Man», donde minuciosa y quirúrgicamente se despliega una lectura que pone a De Man contra sí mismo, señalando su propia ceguera ante el pensamiento barthesiano y recurriendo inteligentemente al encuentro que ambos tuvieron en 1966 en el célebre

coloquio de Baltimore.


De Man se presenta como un introductor de Barthes en los Estados Unidos que muestra cartas de buenas intenciones: amortiguar la «decepción» o la «euforia desmedida» que podría generar la recepción norteamericana del crítico francés. Al hacerlo, dispara en varias direcciones: relativiza la presunta novedad de las ideas de Barthes; señala sus errores conceptuales frente al romanticismo; y, fundamentalmente, ataca la médula de un proyecto crítico que se describe como semiológico. Pretendidamente salomónica, la posición de De Man se muestra ecuánime con un equilibrio algo fingido que incluye en el retrato del pensamiento barthesiano tanto sus poderes como sus peligros. ¿Sus poderes? Los que por entonces podían atribuirse a la semiología: la fuerza desmitificadora que rompe la ilusión del vínculo entre el signo y el referente, la capacidad de desenmascarar la ideología en cada rincón. ¿Sus peligros? Los mismos que podían encontrarse en el proyecto semiológico: la mitificación del propio método, la ilusión de «haber logrado finalmente basar el estudio de la literatura en fundamentos dotados de la suficiente solidez epistemológica como para poder llamarlos científicos» (58). Para decirlo en el vocabulario de su propio lenguaje: De Man acusa a Barthes de un típico ejercicio de visión y ceguera. Pero si la virulencia de su ensayo estaba a punto de convencernos –víctimas todavía de esa sacralización que atribuimos a los grandes nombres de la disciplina–, la intervención de Judith Podlubne se entromete no solo para poner las cosas en orden –ubicando con precisión la polémica en su contexto histórico e institucional–, sino también para sacudir las certezas de De Man y destacar irónicamente que al crítico belga se le escapa su propia tortuga. El texto de Podlubne me recuerda esas lecturas deconstruccionistas encadenadas –como la que alineaba, detrás de «La carta robada», a Lacan (1966), Derrida (1980) y Johnson (1985)–, donde cada nueva intervención desdice convincentemente la anterior para enseñarnos el «espiral vertiginoso» del sentido.


¿En qué nos espabila Podlubne? Si De Man culpaba indirectamente a Barthes de anacronismo al presentar como nuevo lo que la filosofía y la lingüística ya habían descubierto, el acusador se volvía acusado: la crítica demaniana pecaba de una falta de timing, pues certera quizás para las Mitologías se volvía caduca ya para 1971. Por un lado, los «límites del estructuralismo» que señalaba De Man perdían de vista que «Barthes había anunciado ya su abandono del modelo estructural y se proponía rescatar la interpretación de la ‘mirada de la ciencia in-diferente’ para devolverla al juego

infinito de la autodiferencia de los textos» (32). Por otro, De Man permanecía ciego a que “las críticas a S/Z resultaban extemporáneas» (35), pues el pensamiento barthesiano

exhibía ya ahí tanto una conciencia de la imposibilidad de un metalenguaje como el esbozo de una teoría de la lectura consecuente.


Podlubne denuncia la operación homogeneizadora de Paul de Man, que se resiste a ver las complejidades de un pensamiento todavía vivo que había tenido ya la capacidad de cuestionar reflexivamente la posición epistemológica del intérprete. Y lo hace acudiendo a un entramado de trabajos de Barthes en los que la «aventura semiológica» suponía la conciencia de que el lenguaje de la ciencia carecía de una pretendida seguridad y ofrecía la opacidad de la escritura. Podlubne, más demaniana que De Man, destaca las ambigüedades barthesianas y reconfigura el esquema de visión y ceguera: no se trata, como pensaba De Man, de un desmitificador mitificado, sino de una ambivalencia entre el anhelo de cientificidad y la conciencia mitológica de la empresa.


El resultado es irónico, porque Podlubne termina por actuar frente a De Man como el propio De Man había enseñado: señalando su propio vaivén de visión y ceguera. Que De Man no quede exento de ese mismo defecto no puede sorprendernos, porque se entrama a la naturaleza misma del acto de leer. Sin embargo, su insistencia y virulencia frente a Barthes revela hasta qué punto el crítico belga pretendió evadirse de lo que creía imposible, aunque más no fuera anunciando que el objetivo principal del conocimiento posible era el de su propia imposibilidad. Entiendo que, en última instancia, esto es lo que Podlubne define tan precisamente como el «exceso de inteligencia» que lleva a De Man a actuar contra sus propios principios y permanecer ciego a la heterogeneidad barthesiana.


Era imposible que De Man pudiese detener el vertiginoso infinito de la ironía que da un giro de tuerca cada vez que el lector cree haber terminado de ajustar. Por eso la lectura de Podlubne no solo nos pone en aviso de lo que De Man no pudo ver, sino que señala a su vez que la teoría literaria exige un ejercicio de lectura polémica incesante. Barthes en cuestión nos recuerda que leer no puede ser otra cosa que encontrar las contradicciones que habitan todo acto interpretativo. Curiosamente, esa es una enseñanza demaniana –que Podlubne despliega con destreza contra el propio De Man– y es, también, el mantra que la teoría literaria no puede dejar de repetirse mediante la renovación constante de la polémica.


Referencias

Derrida , Jacques . «Le facteur de la vérité». La carte postale. París: Flammarion, 1980. 441-524.

Johnson, Barbara. «The Frame of Reference. Poe, Lacan, Derrida». The Critical Difference. Baltimore: The Johns Hopkins University Press, 1985. 110-46.

Lacan, Jacques. «Le séminaire sur ‘La lettre volé’». Écrits I. París: Seuil, 1966. 19-75.

Ritvo, Juan Bautista. «Intervención de Juan Bautista Ritvo». No hay teoría de la lectura.

Coord. Eduardo Elizondo y Ricardo Bianchi. Rosario: Facultad de Humanidades y Artes,

2017. 182-190.



Publicación original

Garayalde, N. (2022). PAUL DE MAN y JUDITH PODLUBNE. Barthes en cuestión. Santiago-Rosario: Bulk-Nube Negra, 2020, 75 páginas. Revista Chilena De Literatura, (106), pp. 781–784. Puede consultarse aquí.

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