Reseña de Rogelio Demarchi para La Voz (Córdoba, Argentina), aparecida el sábado 23 de julio de 2022 en el suplemento «Número Cero / Libros»
Como en el Derecho, la biblioteca de la crítica, tiene dos bloques bien diferenciados. No parece casualidad, al fin y al cabo, por distintas vías y lógicas, se dedican a emitir juicios.
En Crítica de la crítica (1984), Tzvetan Todorov repasó los nombres y los libros fundamentales de ese esquema con dos veredas. Para resumir, digamos que colocó a Roland Barthes de un lado y él se ubicó en el contrario: Barthes, escribió, «pone entre paréntesis la dimensión de verdad de la crítica», al considerarla «como un acto de plena escritura», donde, por lo tanto, lo que interesa es «su aspecto ficcional o poético». Respondía: «No comparto la actitud de Barthes respecto de la verdad; la literatura, de por sí, tiene una relación con la verdad, y la crítica tiene más de una».
En Lector in fabula (1979), Umberto Eco, al presentar su hipótesis del Lector Modelo, etiquetaba, a su manera, esas veredas en función de las distintas actitudes lectoras posibles: de un lado, estarían quienes al leer un texto activan el «universo de sus interpretaciones, sino legítimas, legitimables»; del otro, quienes lo usan libremente, sin preocuparse por caer en «lecturas aberrantes».
Pues bien: Por una crítica intervencionista, de Pierre Bayard y Nicolás Garayalde, reivindica, casualmente, las posiciones barthesianas y las lecturas aberrantes, poéticas, ficcionales.
Los argumentos que exponen para alcanzar ese objetivo pueden sonar extremos, y lo son: Bayard se propone desplazar la línea «que separa la teoría de la ficción» y no duda en advertir que sus juicios «son a la vez verdaderos y falsos, o bien verdaderos y después falsos, o que lo que acabo de afirmar y que creía justo es finalmente inexacto y que sería preferible plantear las cosas de otro modo», para dar lugar «a la expresión del sujeto del inconsciente»; mientras que Garayalde plantea que «el texto existe pero como efecto de lectura, de modo que lo que se comenta no es una obra previa, sino lo que el propio comentario produce», o sea que, en última instancia, la crítica no sería más que «un delirio interpretativo» en el que no se narra simplemente una lectura, ya que, en el mismo acto discursivo, el crítico es capaz de narrarse a sí mismo.
Por eso la «crítica intervencionista» que postula Bayard puede tomar distintas formas en un crescendo delirante que parte de una «literatura aplicada al psicoanálisis» y escala hacia una «crítica de la anticipación», donde se rompen los modelos temporales habituales para hablar de la literatura, y la “crítica incompetente”, en la que el crítico aborda libros que no ha leído.
El gesto de provocación es tan evidente como efectivo: quien se les oponga, deberá desarmar con precisión quirúrgica cada uno de sus argumentos.
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